¿Sabías por qué… a algunos niños se les pone un parche en el ojo?

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Apuesto chuletón contra hamburguesa a que todos conocéis algún niño al que el médico ha prescrito un parche que, en contra de lo que pretenden los padres para convencerle, no le hace parecer un pirata, sino un candidato a collejas en el recreo. El oculista dijo algo de un “ojo vago”, ¿se supone que tapando el ojo currante obligamos al otro a trabajar? Bueno… no exactamente.

La razón la tenemos en el desarrollo neurológico de la corteza visual. Durante los primeros seis años de vida (aproximadamente), la corteza cerebral tiene una gran plasticidad: se modela y se crean nuevas conexiones en función de los estímulos recibidos. Así, aparecen las llamadas “columnas de dominancia ocular”, que son grupos de neuronas encargados de interpretar la información aportada por los ojos, y que se reparten equitativamente entre uno y otro (dibujo de arriba).

Sin embargo, pongamos que el niño tiene estrabismo. Un ojo se le va para Cuenca y otro para Lugo: cada uno fija un punto distinto, el cerebro se hace la picha un lío y decide descartar una de las dos imágenes. Si el cerebro prescinde de la información de un ojo, eso supone que éste pierde su “trozo de tarta” en la corteza: después de un cierto tiempo no habrá neuronas dedicadas a procesar la imagen de uno de los dos ojos. El niño tendrá un cristalino impecable, un nervio óptico como una autopista… pero no hay quien interprete esa información. Perfectamente tuerto. Por eso se le pone el parche: para asegurarnos de que en el cerebro se forman sinapsis dedicadas a ese ojo y que el día de mañana, cuando hagamos una intervención con intención curativa (por ejemplo, un cortapega con los músculos para centrar la mirada), ésta servirá de algo.

Obviamente, esto que he comentado para el estrabismo es igual de válido para cualquier enfermedad que reduzca la visión de manera diferencial, como por ejemplo una catarata congénita.

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